martes, 14 de junio de 2011

El traje de buzo

-Cuando alguien busca-dijo Siddhartha-,suele ocurrir que sus ojos sólo ven aquello que anda buscando,y ya no logra encontrar nada ni se vuelve receptivo a nada porque sólo piensa en lo que busca,porque tiene un objetivo y se halla poseído por él. Buscar significa tener un objetivo.Pero encontrar significa ser libre,estar abierto,carecer de objetivos.

    Siddhartha, Hermann Hesse


Hace un par de días, Marta dejó de lado todos sus objetivos. Creo que se sentía agotada de disparar al centro de la diana una y otra vez. 
Y se fue...No se propuso nada, y se fue...

Al volver, tomó las últimas decisiones para poder sentirse libre. Desplegó sus alas y vio que colgaban algunos jirones pero, por primera vez, no le importó. De cualquier modo, eran sus alas y le llevarían donde necesitaba ir, al principio de todo.

Se había empeñado tanto en desenmarañar su día a día, que no se había permitido el lujo de observar con admiración el caos. Se había propuesto con tal ahínco encontrar los motivos, que no había reparado en el horizonte. Y estaba justo allí, frente a ella, más amenazante que nunca pero tan hermoso.........

Se miró en el espejo y el brillo de su mirada le hizo estremecerse con el poder de los que se consideran vulnerables. No tenía que ser perfecta, ni siquiera tenía que ser nada. Tan sólo discurrir, explotar, claudicar.

Cuando dejó de buscar, halló. El origen de todo estaba en el traje de buzo. No le estaba permitiendo sentir en su piel la belleza carnal del fondo marino. 



 

3 comentarios:

  1. Es perfecto!! Lo dice todo! Y claro, que empeño he tenido yo siempre con el traje de buzo! A ver qué pasa ahora cuando desenmascaremos el tema de la ensalada bubónica! jejeje. Muchísimas gracias! Me encanta, y has acertado de lleno con la cita, Sinddhartha, Hermman Hesse, y por supuesto, la foto. Genial!!! Mil besos.

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  2. Hermann Hesse, perdón!

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  3. Mi respuesta para ti18 de junio de 2011, 12:21

    Un día Marta se puso el traje de buzo porque pensó que entre la orilla, en la que ella se encontraba, y el horizonte había un océano. Y pensando ésto, se adentro en el mar.

    Pasó tanto tiempo perdida en las aguas que sus gafas se fueron empañando. Llegaron días de tormenta, Poseidón viéndose amenazado por un buzo de tal carácter, las envió. El oleaje fue tan intenso que Marta perdió su norte. (Creo haber oído que también perdió la brújula.)

    En esos momentos de agonía, exhausta por el duelo con el mar, miró al fondo y descubrió que muy cerca decenas de nereidas y tritones bailaban a su son, alentándole así en su camino. A pesar de los ánimos, Marta cayó abatida y en su desaliento se dejó llevar. Quiso sentir sus últimos momentos y abandonó la lucha, dejando su cuerpo casi inerte a la suerte del balanceo de las nereidas. Y se dejó sentir. El darse cuenta de no tener nada que perder le ayudó a recobrar su calma en medio de la tormenta. Y se llenó de paz.

    La serenidad le permitió percibir la presencia de un ser que nadaba a su lado desde hacía largo rato. Marta desempañó sus gafas y la miró. Se trataba de una preciosa sirena de melena azul, que en silencio le había acompañado todo el camino.

    Cuando Marta fue consciente de tan maravillosa compañía, extendió su mano para tocarla y ella se la estrechó. En el contacto se produjo una fuerte descarga eléctrica con la que Marta recobró toda su energía. En cambio, la sirena perdió sus fuerzas, incluso su tierna sonrisa, y se hundió.

    Marta miró con tristeza como su compañera desaparecía hacia las profundidades, pero no podía desaprovechar el impulso recibido, así que retomó su rumbo y nadó.

    Poseidón al comprender la fuerza y energía indestructible de aquel pequeño ser, se rindió, devolviendo al mar su calma.

    Y así Marta pudo atisbar el horizonte y hacia él se encaminó.

    Después de muchos días de esfuerzo entre la tormenta y la calma, arribó a la orilla de una bonita isla, que al quitarse las gafas, reconoció como hogar. Y allí, justo en la orilla, con una inmensa sonrisa estaba ella, la sirena, su amiga, su compañera. Marta asombrada se acercó a observarla y muy agradecida le preguntó: - ¿cómo te llamas?. A lo que la sirena respondió: - Mi nombre es Natalia. Y sin más, desapareció.

    Marta, sintiéndose en casa, se quitó el neopreno y empezó a sentir como los rayos del sol doraban su suave tez. Entonces, descubrió que de su piel brotaban unas pequeñas escamas, que tras unos instantes se multiplicaron. Y Marta sonrió sabiéndose preparada para no perderse nunca más en el mar.


    A veces es imprescindible, y casi inevitable, ponerse el traje de buzo para adentrarse en el mar, por poco furioso que éste esté. Lo importante es adentrarse, pero si, como en mi caso, no te sientes segura, nunca está de más llevar protección. Después, llegará el momento en el que te sientas sirena.

    Para mi sirena. Mil gracias.

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