Sinceramente, me cuesta mucho no escribir sobre Iaguito pero el blog...y la vida, lenta muy lenta, sigue.
Y aquí estoy yo, frente a frente con mi cara que presiento que cada vez está más demacrada. Y digo presiento porque yo, personalmente no me miro al espejo, pero ya se encargan ciertas almas bondadosas de describir mi estado físico sin dejarse ni un detalle. Lo triste es que se les escapan los detalles internos, vaya hombre.... esos no son descriptibles, esos son sólo criticables.
Y cambiando de tercio, como diría uno de esos de cuya profesión no quiero acordarme, hoy voy a hablar de los delfines. Por qué? Pues porque forman parte del título de mi blog y porque mi hijo sabe pronunciar peces a duras penas, pero delfín, lo pronuncia a la perfección. Evidentemente, con 18 meses ya sabe él que es un mamífero y no un pez.
Uno de mis pequeños y nada pretenciosos sueños ha sido siempre nadar entre delfines. Pero debe ser que ese poco pretencioso deseo se ha convertido en el de miles, con lo que ha pasado de ser una inmersión mágica a un negocio en toda regla. ¿Por qué se nos ocurrirá expresar en alto nuestros deseos? Siempre hay una empresa aquí o allí que lo recoge y lo convierte en un negocio lucrativo de la noche a la mañana.
Total, que a ver cómo consigo yo enfundarme el traje de neopreno, acercarme a un delfín, sin un monitor que le dé continuas explicaciones al pobre animal. Pues ya veremos cómo lo consigo, pero no tengo intención de abandonar este mundo sin acariciar la piel juguetona e huidiza de un animal al que me encantaría parecerme, eso sí, en libertad
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