domingo, 2 de octubre de 2011

Hogar, dulce hogar

    Desde pequeños, entendemos que algún día tendremos una casa propia.

    Recuerdo que jugaba con mis amigas y un papelito. Después de marear aquel papel doblado, por fin, te señalaba tu futuro: Te vas a casar a los 25, con un chico que se llama Roberto. Vas a tener cuatro hijos y viviréis en una cabaña de madera en Suiza (por ejemplo ) Nada más lejos de la realidad, pero menos mal... porque...¿qué hago yo con cuatro criaturas de un tal Roberto, correteando en una cabaña de madera? Y en Suiza!!
    Si algo de todo eso se ha cumplido, amigas de la infancia estarán viviendo en áticos en Nueva York, en palacios en Francia, y en tiendas de campaña en África...
    En mi caso concreto , la realidad ha superado con creces al vaticinio de aquel juego infantil. Por supuesto no en el número de hijos...( de momento ) ni en el nombre del marido. Y mi casa tampoco es de madera ni está en Suiza, pero es la casa más bonita del mundo (como diría yo misma de pequeña ).

    Siempre supe que viviría en un lugar en contacto con la naturaleza. Supe que la casa sería la excusa para un entorno tan poderoso que la hiciera insignificante. Y así es.
    Cuando me despierto, me golpean las copas de los árboles y el movimiento ondulante del campo. Y no mucho más allá, el agua del río discurriendo veloz hacia su desembocadura. Montes, casas desperdigadas, árboles frutales... un regalo para los sentidos.
    El interior no es más que el fruto de nuestras ilusiones y nuestro divagar de ideas. Criticable en el estilo, personal en el gusto...rezuma noches de desvelo. Colección de sensaciones. 
    Ante todo, nuestra casa somos nosotros. Y no pretendemos más que sentarnos en el sofá con la certeza de que hemos creado nuestro rincón en el mundo.

Y no tiene nada que ver, pero ya que estoy, añado otra imagen de mi casa, que para eso la hemos diseñado nosotros!!!

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