miércoles, 14 de noviembre de 2012

La pasión

    Sin pasión, la vida transcurre tibia. Los minutos eclosionan y se escurren entre los dedos.

    No hay nada más triste que un vagón de metro a última hora de la tarde. La pasión se ha arrojado desde el andén y yace degollada sobre la frialdad metálica de los raíles. Tras ella, queda la mirada perdida de los viajeros reflejada en los cristales sucios, al son de un sonido mutilante y repetitivo.

    Las escaleras mecánicas de los centros comerciales trituran los latidos de miles de jóvenes que se conducen casi inertes entre una jungla de marcas. Es así como la pasión se disfraza de necesidad casi pulmonar.

    Naves industriales que machacan la pasión y la prensan en forma de éxtasis artificial, al acorde de ritmos cardiacos casi imposibles. Las pupilas se dilatan sin transfondo sensitivo como una película que avanza sin banda sonora.

    Con pasión, la vida se detiene a contemplar la comparsa de sensaciones y se entrega a los corazones apasionados.

    No hay nada más bello que un hogar pleno de recuerdos y epílogos aún sin escribir. La pasión golpea las paredes y hace retumbar un eco glorioso. Envuelve a la familia en una burbuja invencible y convierte su día a día en episodio histórico.

    Una mirada entregada a las palabras. Pasión que devuelve pasión. Cuando el discurso arrastra emoción, provoca brillo, estruendo. Estalla una batalla grandiosa de miradas encendidas que se retroalimentan.

    Pasión en la sonrisa, en el silencio cómplice. La pasión humilde del que vive cada día sin lemas ni estigmas. Pasión del que no planea, del que fluye, del que flota sin arneses.


Gracias a mis alumnos, que hoy me devolvieron la mirada y me vi reflejada en sus pupilas.



   

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