domingo, 25 de septiembre de 2011

La elegancia del erizo

    Uno de los grandes momentos de este verano, grandioso... ha sido descubrir La elegancia del erizo. Más allá de los ingentes sistemas filosóficos, del poder deslumbrante de la sabiduría...se encuentra el placer de saborear los instantes. Las camelias, el musgo, el color de los montes de Japón... el té de jazmín, las sensaciones frente al arte...

    Vivimos en una sociedad en la que, como machos de la manada, cada cual trata de marcar territorio. Te topas continuamente con personas que quieren demostrar al mundo lo que tienen, lo que saben, lo que son... Se levantan cada mañana y atraviesan su pasarela luciendo cada día un diseño, un tejido brillante, un taconeo atronador... Es una eterna fashion week donde el fasto es directamente proporcional al valor. Entonces comienza una verborrea incontinente donde se profieren todo tipo de autohalagos:  yo he leído..., yo he viajado a..., yo he estudiado y trabajado en..., tengo una casa en...  Inacabable tormento. Mientras, el  backstage se va quedando vacío, polvoriento y sin espectadores. Pero es allí, entre bambalinas, donde reside toda la magia, el aroma esencial de la vida.

    Entre tanto discurso agotador, hemos perdido la capacidad de disfrutar de los cambios de estación. Se nos ha escurrido entre las manos el olor de nuestra piel y de la ajena. Nos atormenta la lluvia y no respiramos su tacto.

    Las dos protagonistas de La elegancia del erizo, Renée y Paloma, permanecen entre bambalinas y desde allí le devuelven al mundo el poder de los pequeños detalles. Ambas se elevan sobre un suelo cultural envidiable, fundamental. Y desde la humildad del sabio cotidiano, nos regalan esas difusas pinceladas que, muchas veces, la grandeza del saber, pasa por alto.

   " ¿Para qué sirve estudiar?", me preguntan muchas veces mis alumnos. Porque gracias a la poesía, la filosofía, el arte, la música... no perdemos ni uno sólo de los matices de la vida y no necesitamos demostrarle nada a nadie.

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